Ayer cenaba con un amigo muy querido y hablábamos (cómo no) de la crisis. No me inquieta mi falta de originalidad pues el asunto no es baladí. La cuestión es que nos preguntábamos mutuamente ¿de qué es la crisis? También sin mucha originalidad nos decíamos que es una crisis de valores que se manifiesta de muchas maneras y en España, de forma muy aguda, en el empleo y la economía.
En un momento de la conversación me dice:
- Pero llevo oyendo que hay crisis de valores desde que recuerdo. Los “mayores” -de cada momento- siempre se han quejado de que la juventud no tiene valores, que se han perdido.
Tengo que coincidir con él en este hecho. Al menos es también mi experiencia, así que me puse a reflexionar más a fondo y me surgen varias preguntas:
- ¿Por qué se pierden los valores?
- Si todos estamos de acuerdo en que son buenos, ¿Qué nos lleva a cambiarlos por defectos? (no es que me guste usar la palabra defectos. Tampoco vicios me encaja. Valores negativos... puede. Por favor use cada cual el término que guste pues, en el fondo, todos sabemos de qué hablamos).
- ¿Qué podemos hacer para recuperar los “buenos” valores? (Un apunte: también hay quien les llama “principios”)
En primer lugar hay que decir una obviedad: sólo se pierde lo que se tiene.
Pero los valores no forman parte de la herencia genética. Quiero decir que así como muchas cosas las traemos al nacer, lo valores (buenos o malos) son culturales, los vamos aprendiendo de todo y de todos los que nos rodean. Por eso no encontraremos con dos situaciones posibles:
- Los que nunca los han recibido.
- Los que habiéndolos recibido, o bien no los han “aceptado” o bien los han perdido.
En el primer caso se trata de un fallo de transmisión, luego la responsabilidad sería imputable a quienes no han dado esos valores, no en quienes no los han recibido.
Por otra parte hay que pensar que la tarea de forjar “buenos valores”, no se acaba con la mera transmisión, hay que perseverar en la enseñanza, hay que asegurarse de que los niños y los jóvenes permanecen en ellos y en caso contrario hay que buscar las vías para que los asuman. En el segundo caso, por tanto, hay que pensar también en un fallo más próximo a los emisores que a los receptores.
Los “mayores de cada tiempo” han sido y son (somos) los auténticos responsables (si es que hubiese que buscarlos).
En segundo lugar no todos estamos de acuerdo en cuáles son los buenos valores: el perdón por ejemplo puede significar cosas muy distintas para distintas personas:
- La expresión del poder máximo.
- Un rasgo de nobleza de carácter.
- La naturaleza de un espíritu elevado.
- Un símbolo de debilidad.
Los valores cambian de una cultura a otra, de un país a otro, de un barrio a otro, de una persona a otra. No sólo eso, los valores cambian con el tiempo dentro de cada persona. Después de un accidente o enfermedad grave no es extraño oír: “ha cambiado mi escala de valores”.
Para mí la única diferencia entre unos valores y otros está en su capacidad para perjudicar al prójimo, dicho esto de forma amplia y general. Aquí podría abrirse un debate inacabable sobre dónde poner la línea entre mi derecho y el de los demás, entre mi beneficio y tu perjuicio. Pero no es el objeto de esta reflexión, por lo que dejo el tema.
Por último recuerdo la frase que citaba un amigo: ‘’Todo está en todo’’.
Todos tenemos dentro la potencialidad de todo, sería el sentido. Somos, al nacer, hojas en blanco en las que todo puede ser escrito, y ciertamente lo es. Quiero decir que en la mayoría de las personas anidan tanto la generosidad como el egoísmo, el valor y la cobardía, lo noble y lo vil... Seguramente (y afortunadamente) muchos de nosotros nunca asesinaremos a nadie, lo que no garantiza que, pasase lo que pasase, JAMÁS lo haríamos. No quiero con esto justificar ni nada ni a nadie, únicamente expreso la necesidad de la prudencia a la hora de emitir juicios.
Vuelvo al tema de mi cena y a la queja sobre el empeoramiento de la sociedad.
Vaya por delante que este empeoramiento no es algo actual. La mitad de la humanidad vive en “crisis” desde hace décadas: guerras, hambre, enfermedades, exterminios, abusos, miseria y dolor...
Pero, ahora, una crisis mucho menos dañina que éstas, asoma a nuestra puerta y nos asusta. Yo no he mirado a esos otros pueblos que vivían en el dolor, salvo a través de la televisión o los periódicos, pero sí he contribuido de distintas maneras a que nada en su existencia cambiase.
Al contrario, he seguido viviendo una situación cómoda (en muchas ocasiones por encima de mis posibilidades económicas) sin querer siquiera pensar que no era sostenible en el tiempo, sin reflexionar sobre mi presencia en el mundo. Dormido e hipnotizado.
En los últimos decenios, en occidente, hemos experimentado un crecimiento espectacular (cuantitativo y cualitativo) de los medios técnicos. Recuerdo la primera casa de mi barrio en la que hubo una televisión: aquello fue un acontecimiento. Muchos vecinos pasamos por allí para ver aquel aparato y las tardes que había toros, ponían la televisión en la ventana que daba a la calle y se concentraba una pequeña multitud. Recuerdo el día que mi padre tuvo el primer coche que alcanzaba unos escalofriantes ochenta kilómetros por hora. Recuerdo, mucho después, el día que tuve mi primer teléfono móvil que tenía el peso y el tamaño de medio ladrillo.
Me he confundido. He creído que ese avance tecnológico y ese aumento de cosas, han hecho de mí una persona más consciente, más inteligente, de mayor calidad humana. Un Ser mejor. Y no es verdad.
Antes de todo eso, la situación social ha experimentado cambios muy lentos a lo largo de la historia humana. En cada uno de esos cambios, los jóvenes han abanderado ciertos movimientos de rebeldía contra el sistema y poder establecidos: perdían los valores (¿?)...
Hoy, si nos quedamos -por simplificar- con lo de la pérdida de valores, los valores los hemos perdido todos.
Recuerdo ahora el comentario que sobre un hecho sencillo oí hace unos días: “Nos quejamos cuando el agua de la ducha está fría, pero no nos asombramos ni agradecemos todos los días cuando sale caliente”. Creemos que hay ciertas cosas que son un derecho y no aceptamos ni siquiera una mínima disminución en ellas. No pensamos en el esfuerzo necesario para cualquier cosa y la reclamamos porque si.
El prójimo es sólo un competidor al que, en el peor de los casos, he de igualar. Es completamente cierto: Hemos perdido nuestros valores. Cada día un poco más.
Pero también somos una especie inteligente y capaz de lo mejor en todo lo que hacemos. ¿Por qué entonces nos ocurre esto? ¿No podíamos darnos cuenta antes y corregirlo?¿Teníamos que llegar hasta aquí?
Lo cierto es que hay voces que llevan mucho tiempo (miles de años) diciendo que hay que cambiar, que las cosas no pueden ser como las estamos haciendo pero nosotros hemos seguido sin querer escuchar.
Sí, teníamos que llegar hasta aquí. Necesitábamos esta experiencia para aprender por nosotros mismos. ¿No dice el refrán que nadie escarmienta en cabeza ajena? Por algo será.
Pero no sólo teníamos que llegar hasta aquí, si no que todavía hemos de ir más lejos. Aun nos queda aguante y fuelle para soportar más. De hecho nos hemos convertido en expertos en el autoengaño y la auto-hipnosis y tenemos todos los medios a nuestro alcance: programas vanos en televisión -cuando no aun más adormecedores-, mensajes “consumistas” sobre tipos de vida lujosos y fáciles, etc, etc.
“La luz daña al que vive en tinieblas” dice Eckhart Tolle, por eso no queremos “ver”, preferimos una oscuridad relativamente cómoda que la luz en toda su crudeza. Por eso aun hemos de ir más lejos antes de que generemos un cambio realmente significativo a escala planetaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario